Los días pasaban y la venganza de Angelo seguía ardiendo.
Scrope nunca encontró su destino en una breve curva de una de las oscuras calles romanas por las que entraba puntualmente cada noche a las once. Me pregunté si nuestro melancólico amigo había gastado ya la fuerza siniestra de una naturaleza formada para estar perezosamente contenta.
Eso esperaba, pero me equivoqué. Habíamos ido a pasear una tarde, ----las damas, Scrope y yo, ----en la encantadora Villa Borghese, y, para escapar del traqueteo del mundo de la moda y sus distracciones, nos habíamos alejado hasta un rincón poco frecuentado donde el viejo muro enmohecido y los esbeltos cipreses negros y la hierba sin pisar formaban, bajo el espléndido cielo romano, el cuadro más armonioso.
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Última modificación: 2024.11.14 07:32 (GMT)