«... Señor, ten piedad del cristiano que duda, del incrédulo que quisiera creer, del precursor de la vida que se pone en camino solo, en la noche, bajo un firmamento ya no iluminado por las linternas consoladoras de la antigua esperanza.
Es el grito de tristeza del pobre yo abandonado, que se vuelve hacia el cielo con una especie de movimiento instintivo, porque ha experimentado que no hay piedad ni compasión para ella en la tierra. Ya en Vau-l'eau, Folantin, en medio de su angustia, observaba que son felices quienes aceptan todas las pruebas, todos los sufrimientos, todas las aflicciones de la vida presente como pruebas pasajeras.
Pero expresaba, sin detenerse en ello, un pesar muy vago por no tener la Fe; y si es interesante saber que antes de su conversión Huysmans deambulaba por la Iglesia y hubiera querido tener fuerzas para cruzar el umbral, a fin de escapar a las miserias que le oprimían; es importante recordar este hecho de un hombre notoriamente inseguro que suplica a Dios que se apiade de él. La forma misma de su oración marca su deseo de no luchar más en los lugares donde vive; es una observación directa, un sollozo de dolor, el grito desesperado de un niño perdido, que arroja el nombre de su madre a los perros...».
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Última modificación: 2024.11.14 07:32 (GMT)