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La muerte llega para el arzobispo, de Willa Cather, es una novela histórica que se adentra en la vida de dos sacerdotes católicos franceses en el suroeste americano del siglo XIX, principalmente en Nuevo México. Retrata sus luchas, su devoción a la fe y sus interacciones con diversas culturas, proporcionando un rico tapiz de la historia de la región. La narración es episódica y se centra en el desarrollo de los personajes y en la belleza del paisaje, al tiempo que explora temas como la fe, la amistad y los conflictos culturales.
Ventajas:⬤ Exquisita prosa y vívidas descripciones del paisaje de Nuevo México.
⬤ Fuerte desarrollo de los personajes, que permite a los lectores conectar profundamente con los protagonistas.
⬤ Conmovedor retrato del compromiso y las luchas de los misioneros.
⬤ Proporciona un valioso contexto histórico sobre la cultura y la dinámica del suroeste americano.
⬤ Atrae a lectores de diversos orígenes, incluidos los interesados en la historia, la religión y el estudio de los personajes.
⬤ La falta de una trama convencional puede desenganchar a algunos lectores.
⬤ Algunas ediciones criticadas por la mala calidad de la impresión y los errores de edición.
⬤ El título puede inducir a los lectores a esperar un asesinato misterioso, que no es el centro de la narración.
⬤ La estructura episódica puede resultar inconexa para algunos, al carecer de un hilo argumental unificador.
(basado en 501 opiniones de lectores)
Death Comes for the Archbishop
Una tarde del otoño de 1851, un jinete solitario, seguido de una mula de carga, atravesaba una árida región del centro de Nuevo México. Se había perdido y trataba de volver al camino, con la única guía de su brújula y su sentido de la orientación.
La dificultad radicaba en que el país en el que se encontraba carecía de accidentes geográficos, o mejor dicho, estaba repleto de accidentes geográficos, todos exactamente iguales. Hasta donde alcanzaba la vista, por todas partes, el paisaje se amontonaba en monótonas colinas de arena roja, no mucho más grandes que un heno y con la forma de un heno. No se podía creer que en el número de millas cuadradas que un hombre es capaz de barrer con la vista pudiera haber tantas colinas rojas y uniformes.
Llevaba cabalgando entre ellas desde primera hora de la mañana, y el aspecto del país no había cambiado más que si se hubiera quedado quieto. Debía de haber recorrido treinta millas de estas rojas colinas cónicas, serpenteando por las estrechas grietas entre ellas, y había empezado a pensar que nunca vería nada más.
Eran tan idénticas unas a otras que le parecía estar vagando en una pesadilla geométrica. Eran conos aplastados, más con forma de hornos mexicanos que de pajares; sí, exactamente con forma de hornos mexicanos, rojos como el polvo de ladrillo y desnudos de vegetación, salvo por pequeños enebros. Y los enebros también tenían forma de hornos mexicanos.
Cada colina cónica estaba salpicada de pequeños conos de enebro, de un verde amarillento uniforme, como las colinas eran de un rojo uniforme. Las colinas sobresalían del suelo tan densamente que parecían empujarse unas a otras, darse codazos, volcarse.
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Última modificación: 2024.11.14 07:32 (GMT)