El deber lógico: Wittgenstein sobre la lógica

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Título original:

The Logical Must: Wittgenstein on Logic

Contenido del libro:

El deber lógico es un examen de la filosofía de la lógica de Ludwig Wittgenstein, temprana y tardía, realizado desde una austera perspectiva naturalista que Penelope Maddy ha denominado "Segunda Filosofía".

El Segundo Filósofo es un humilde pero incansable indagador que comienza su investigación del mundo con creencias perceptivas ordinarias, pasa de ahí a generalizaciones empíricas, luego a la experimentación deliberada y, finalmente, a la formación y confirmación de teorías. Adopta el mismo enfoque para la verdad lógica, situando su fundamento en estructuras mundanas simples y nuestro conocimiento de ella en nuestra maquinaria cognitiva básica, ajustada por presiones evolutivas para detectar esas estructuras allí donde se producen.

En su obra temprana Tractatus Logico-Philosophicus, Wittgenstein también vincula la estructura lógica de la representación con la estructura del mundo, pero incluye un supuesto antinaturalista clave: que el sentido de nuestras representaciones debe darse antes -independientemente- de los hechos sobre cómo es el mundo. Cuando se elimina ese supuesto, las líneas generales de la posición resultante se acercan sorprendentemente al relato aproximadamente empírico del Segundo Filósofo. En sus posteriores discusiones sobre la lógica en Investigaciones filosóficas y Observaciones sobre los fundamentos de las matemáticas, Wittgenstein también rechaza este supuesto anterior en favor de una imagen que surge a raíz de las famosas consideraciones sobre el seguimiento de reglas.

Aquí Wittgenstein y el Segundo Filósofo operan en una armonía aún más estrecha -localizando el fundamento de nuestras prácticas lógicas en nuestros intereses, nuestras inclinaciones y capacidades naturales, y en características muy generales del mundo- hasta que el Segundo Filósofo pasa a completar el relato con sus investigaciones empíricas del mundo y la cognición. En este punto, Wittgenstein se opone, pero más por animadversión personal que por principios filosóficos.