Nuestra frontera es el mundo: Los Boy Scouts en la Era de la Ascendencia Americana

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Título original:

Our Frontier Is the World: The Boy Scouts in the Age of American Ascendancy

Contenido del libro:

Nuestra frontera es el mundo, de Mischa Honeck, es un relato provocador de cómo los Boy Scouts se hicieron eco y posibilitaron la expansión global estadounidense en el siglo XX.

Los Boy Scouts of America (BSA) han sido durante mucho tiempo un estandarte de la identidad nacional. Desde su fundación en 1910, los valores fundamentales de la organización han dado forma a lo que significa ser un niño y un hombre estadounidense. Como muestra Honeck, esos valores masculinos tienen implicaciones que se extienden mucho más allá de las fronteras de Estados Unidos. Escribiendo la historia global de una de las mayores organizaciones juveniles del país, Nuestra frontera es el mundo detalla cómo la BSA funcionó como vehículo del imperio desde la Era Progresista hasta el momento contracultural de los años sesenta. Los chicos y hombres estadounidenses que vestían el uniforme scout no se limitaban a recorrer senderos locales para conseguir la ciudadanía; forjaban lazos con sus pares internacionales, acampaban en tierras extranjeras y fundaban tropas en bases militares en el extranjero. Los scouts viajaron a África e incluso navegaron hasta la gélida Antártida, enarbolando la bandera estadounidense y erigiéndose en modelos de lealtad, obediencia y valentía. A través del escultismo, los complejos compromisos de Estados Unidos con el mundo se presentaban como honorables y juguetonas aventuras masculinas en el extranjero.

La diversión inocente y el compromiso sincero de hacer una buena obra, por supuesto, no lo eran todo. Honeck argumenta que el bondadoso Boy Scout era un medio fácil de ejercer un poder blando en el extranjero y una influencia suave cuando estaban en juego los valores estadounidenses y el capitalismo democrático. En otros casos, la BSA proporcionó una agradable tapadera para intervenciones imperiales que requerían coerción y violencia. En las fronteras globales del escultismo, la severa expresión del imperio a menudo se escondía tras la sonrisa de un niño.