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"Nacido en el último tercio del siglo XIX y educado, por primogenitura de mi padre, en el error triunfante de sus tendencias políticas, científicas y literarias, participé en este error durante mucho tiempo, hasta cerca de los veinte años. Entonces, bajo diversas influencias, en particular la conmoción de los sonados escándalos del régimen, luego del gran asunto judío, y las reflexiones que siguieron, el velo se descorrió para mí.
Comprendí que las ideas corrientes en nuestros círculos eran asesinas, que debían conducir a una nación al hundimiento y a la muerte, y que bautizados en la fosa común de las guerras del primer Imperio, morirían sin duda en otra fosa común peor. Lo que sigue es más una observación que una demostración. Pedimos disculpas por la forma deliberadamente prejuiciosa, áspera y poco caballerosa en que se presentan.
Lo que ha hecho comprobable el espíritu revolucionario, y su supremacía, durante ciento treinta años, ha sido la debilidad del espíritu reaccionario, atrofiado, desprovisto de vida y atrofiado en el liberalismo. Los imbéciles, a menudo grandilocuentes y a veces del más fino talento oratorio y literario, hasta el genio verbal (como en el caso de Victor Hugo, por ejemplo), que encabezaron el asalto al sentido común y a la verdad religiosa y política, nadaban en la nada y en nadie...".
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Última modificación: 2024.11.14 07:32 (GMT)