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Agamemnon
Esquilo intenta captar la justicia divina en el corazón de los mitos que le ha transmitido la tradición; no puede concebir esta justicia ni como la ley del talión, que hace pagar la sangre con sangre, aunque sea la sangre de inocentes, ni como los celos ingenuos de los dioses. Esquilo niega la creencia en dioses celosos.
Animado por una nueva fe, muy distinta de las creencias religiosas de su época, concibe el Destino como Justicia según la razón y la ley moral. Para Esquilo, somos nosotros mismos los que forjamos nuestro destino, y la víctima que cae paga el precio de sus propias faltas. Sin embargo, a pesar de su predisposición al crimen y de la locura de su orgullo sin límites, Agamenón siguió siendo libre, libre para no derramar la sangre de Ifigenia, libre también para no derramar la sangre de su pueblo en una guerra absurda e injusta.
A su regreso, cuando pisó la alfombra púrpura, honor reservado sólo a las estatuas de los dioses en las procesiones religiosas, Agamenón cedió a una embriaguez de gloria que lo cegó. Cayó víctima de sus propias culpas.
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Última modificación: 2024.11.14 07:32 (GMT)