Solté un largo y ruidoso suspiro de felicidad, pensando en lo maravilloso que era aquel día de verano y en lo bien que me sentía al estar vivo, ser un niño y vivir en un mundo de niños.
Llevé otro cubo de agua, lo vertí en el abrevadero de Ida y luego me detuve a descansar a la sombra de los arbustos de saúco cercanos a la valla. Papá y yo habíamos colocado allí una nueva valla de alambre tejido a principios de la primavera, y en la parte superior habíamos tendido dos hilos de alambre de espino, lo que hacía peligroso que alguien trepara por la valla a toda prisa.
De hecho, el único lugar por el que alguien podría pasar con rapidez sería por la verja que íbamos a construir cerca de la bomba de hierro, a medio camino entre la bomba y los arbustos de saúco. Pensaba que tendríamos que construir pronto el vallado, porque dentro de unas semanas empezarían las clases y yo querría hacer lo que siempre había hecho: atravesar la valla para llegar al camino, que era un atajo para ir a la escuela. No tenía entonces la menor idea de que alguien intentaría robarme el melón, ni de que el robo del mismo me sumergiría en el apasionante centro de uno de los misterios más peligrosos que jamás hubiera habido en el territorio de Sugar Creek.
Desde luego, nunca soñé que Ida Sandía Collins participaría en ayudar a la banda a capturar a un fugitivo de la justicia, un auténtico ladrón a la fuga que la policía llevaba tiempo buscando. (Del Libro)
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Última modificación: 2024.11.14 07:32 (GMT)