Tengo billetes para el cielo: Sólo hay que pedir una limusina

Título original:

I've Got Tickets to Heaven: Just need to call for a limousine

Contenido del libro:

I've Got tickets to Heaven no pretende ser, como afirma el autor, más que reproducciones de conversaciones al estilo de los cafés entre amigos sobre temas bien conocidos por los humanos. Estas conversaciones, en una fase de sus encuentros amistosos, acaban evolucionando y conectando con reuniones más serias de carácter cívico y social.

La novela se ve favorecida por la combinación de eventos organizados y deberes colectivos de los personajes, así como por los inesperados resultados que obtienen a lo largo de su camino y que repercuten en la realización de sus vidas personales. También ayuda que este pequeño grupo de conocidos crezca en respeto y admiración mutua. Su impacto en los demás en la sociedad en la que viven es tan sutil y, sin embargo, tan necesariamente magnánimo. Es a la vez muy contagioso y cambia la vida. Max, el carismático agnóstico, y Sam, el vagabundo con inequívoca clase, son los más beneficiados de sus encuentros participativos y sociales.

El pequeño grupo de amigos procede de entornos muy diversos, se dedican profesionalmente a distintas actividades y dedican su tiempo supuestamente libre a causas que repercuten en la sociedad en su conjunto. Uno de ellos es agnóstico, otro es un sacerdote católico dominico, otra es una laica con fuertes conexiones con la iglesia católica, que también arrastra a su marido, muy poco ortodoxo, a las mismas reuniones, otro es un pastor luterano. Aunque otros protagonistas acuden a esta pista de baile de tertulias y conversaciones humanas, el personaje más visible resulta ser un vagabundo de San Francisco. Sam, como le conocen los demás, conecta de algún modo poco ortodoxo con todos y, por muy distante y esquivo que se muestre con los demás protagonistas, se convierte en el brillante ejemplo para todos los seres humanos vivos. Sam, con el tiempo, y sin abdicar nunca de su papel entre la nación de otros vagabundos, llega a ver y disfrutar de la compañía de estos privilegiados.

En el camino, y como subproducto de la apertura por parte de Herbert, el pastor luterano, de un pequeño refugio para indigentes en la ciudad y, de las conexiones casi diarias de Fausto con Sam, el indigente, crece una amistad entre ambos. Ambos se sienten libres y sin trabas en conversaciones francas sobre la separación del catolicismo y el protestantismo. El tema de la reforma llega al redil; y ambos encuentran la manera de disertar libremente sobre las causas de la reforma protestante, la lentitud de la Iglesia católica en la reforma y la cuestión crítica del celibato de los sacerdotes.

Una típica tarde de barbacoa se convierte en un acontecimiento amistoso en el que no sólo se disfruta de la comida y la bebida típicas, sino que también se prepara el terreno para compromisos más intelectuales, históricos y de sentimientos cálidos. Los protagonistas son los amigos de siempre más otros que participaron en el proyecto de tesis del estudiante. Se trata de Elvera y Walter, Max y su mujer, Karen y su marido Arthur, Herbert, el luterano y, por último, el siempre esquivo vagabundo Sam. Una barbacoa dominical en casa de Elvera es el capítulo más largo y en el que todos los mejores conductores de buena voluntad del planeta se sienten socialmente comprometidos, calurosamente gratificados y, sobre todo, la esperanza de un mundo más justo parece estar a su alcance. La presencia de Sam se nota y se disfruta.