Recordando las promesas de Dios (Pack de 25)

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Título original:

Remembering God's Promises (Pack of 25)

Contenido del libro:

Redescubrir la voz de Dios

Adaptado de Discovering the Good Life de Tim Savage.

Por Tim Savage

En nuestro mundo hay miles de almas cansadas y corazones atribulados, personas que anhelan la satisfacción en la vida, pero que encuentran sobre todo decepción. Pero no tiene por qué ser así.

Jesucristo prometió vida y la prometió en abundancia. Además, ha hecho todo lo que estaba en su mano para cumplir la promesa.

En la cruz, Jesús purgó el poder de lo que arruina la vida: el pecado. En la cruz, pagó la pena de lo que acaba con la vida: la muerte. En la resurrección, abrió la puerta a una nueva forma de ser humano: la plenitud de vida. En la obra combinada de la cruz y la resurrección, purificó los corazones y los preparó para ser vasos de su vida. Es una vida rebosante de amor, poder, verdad, paz, bondad, justicia, consuelo y alegría.

No todos los cristianos conocen esta abundancia de vida, y quizá muchos de los que lean estas palabras no se sientan completamente llenos. El problema se reduce a esto: probablemente no eres consciente de tu identidad en Cristo. No entiendes quién eres en Cristo.

Cada día recibes un flujo constante de información verbal. Una parte empieza en tu imaginación, como diálogos interiores de la mente, y otra en el mundo, como mensajes externos de la sociedad.

Con demasiada frecuencia se trata de mensajes agobiantes, centrados en los problemas de la vida y que susurran mensajes negativos como "Vas a fracasar", "Nunca serás atractivo", "Ya deberías tener más éxito", "Nunca escaparás del pasado", "Estás destinado a estar solo", "Nunca llegarás a nada", "Tus objetivos están fuera de tu alcance", "Nunca encontrarás la felicidad". "Perdiste tu trabajo", "Te divorciaste", "Te declaraste en bancarrota", "No tienes remedio". "Qué vergüenza" "No eres lo suficientemente bueno".

Es vital discernir las voces. Las que avivan el desánimo, el miedo y la culpa pueden descartarse, porque no encajan en el vocabulario de Dios. No proceden de Él.

¿A quién debemos, pues, mensajes desalentadores? El apóstol Pablo nos dice. "No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes cósmicos que dominan las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes" (Ef. 6:12). La voz del desaliento pertenece a la voz de "estas tinieblas", es decir, al diablo. Y el objetivo de Satanás es descarrilarnos, matarnos de negatividad. Merodea "como león rugiente, buscando a quien devorar" (1 Pe. 5:8).

Como cristianos, debemos distinguir las voces. Si nos condenan, no vienen de Dios. "No hay condenación para los que están en Cristo Jesús" (Rom. 8:1).

Para vivir en plenitud, debemos sintonizar con las promesas de Dios.

Por ejemplo, Dios promete que "nunca te dejaré ni te desampararé" (Heb. 13:5; ver Jos. 1:5). No necesitamos escuchar la voz de la soledad, ni siquiera cuando nos sentimos desolados y abandonados.

Dios promete que nos hará "más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Rom. 8:37). No debemos escuchar la voz de la inseguridad, ni siquiera en medio del fracaso punzante.

Dios promete que "a los que conforme a su designio son llamados, todas las cosas les ayudan a bien" (Rom. 8:28). No debemos escuchar la voz de la desesperación, ni siquiera cuando nos enfrentamos a pruebas difíciles.

Dios promete que podemos "alegrarnos siempre" (1 Tes. 5:16; ver Fil. 4:4). No debemos escuchar la voz de la tristeza.

Dios promete "la paz os dejo" (Jn. 14:27). No debemos escuchar la voz de la duda, la aprensión y la vulnerabilidad.

Dios promete que ya "nos ha sentado con él en los lugares celestiales" (Ef. 2:6). No debemos escuchar la voz de la ansiedad y la posibilidad de pérdidas futuras.

Dios promete que "nos lo dará todo" (Rom. 8:32; ver Mt. 6:33). No debemos escuchar la voz de la necesidad.

Dios promete que "es para nosotros" (Ro. 8:31). No debemos escuchar la voz de los detractores.

Dios promete que "suplirá todas nuestras necesidades) conforme a sus riquezas en gloria" (Fil. 4:19). No debemos escuchar la voz de la preocupación, ni siquiera en tiempos de incertidumbre.

Cuando nos asaltan mensajes que nos roban la vida, y lo hacen con una frecuencia alarmante, debemos considerar la fuente. No emanan del Dios que da la vida. Por lo tanto, pueden descartarse. Debemos comparar las voces del mundo con las promesas de Dios.

Es aleccionador admitir que a menudo pasamos grandes segmentos de nuestras vidas -días, semanas, meses, incluso años- sin tratar de escuchar la voz de Dios. Es hora de enmendar nuestros caminos. Dios nos habla a través de su Hijo Jesucristo en la Biblia. Debemos sintonizar con las palabras de Cristo, escuchándole cada día, como a través de unos auriculares insertados en nuestros oídos, para que se nos recuerden continuamente las amorosas promesas del Padre celestial. Recordar esas promesas es todo lo que necesitamos para la vida.

Tal vez estés leyendo estas palabras y sientas una inquietud en tu corazón. Sigues buscando algo más en la vida. La buena noticia es que hay más. No lo encontrarás en las cosas de este mundo, ni en la ciencia, ni en la naturaleza, ni en las posesiones, ni en el dinero, ni en la religión, ni en el placer, sino en Jesucristo, en escuchar la voz de Cristo. Nada más satisfará tu corazón.

Si estás leyendo esto y deseas estas promesas que Dios da a los que confían en Él, clama a Jesús ahora rezando algo como esto:

Padre celestial, creo que Jesucristo es tu Hijo y que murió en la cruz para salvarme de mi pecado. Creo que resucitó a la vida y que me invita a vivir para siempre con él en el cielo como parte de tu familia. Por lo que Jesús ha hecho, te pido que me perdones de mi pecado y me des la vida eterna. Por favor, guíame a una iglesia creyente en la Biblia donde.