Mineros de la roca dura: The Intermountain West, 1860-1920

Título original:

Hard-Rock Miners: The Intermountain West, 1860-1920

Contenido del libro:

Cuando los variopintos buscadores de oro del Oeste hicieron sus pinitos y se marcharon, dejaron atrás a otra raza de hombres menos conocida, los mineros de la roca dura. Durante seis décadas, estos trabajadores siguieron las oportunidades mineras en las ciudades en auge del oeste intermontañoso y extrajeron de las profundidades la riqueza de otros hombres. En minas que iban desde pozos de prospección glorificados hasta extracciones subterráneas, recogían y explotaban, a veces en turnos de doce horas, no sólo minerales y menas, sino también polvo que destruía los pulmones. Trabajaban a la luz de las velas en profundidades mal ventiladas, estrechas y a menudo sofocantes, y corrían el riesgo de sufrir incendios, gases, aguas subterráneas y derrumbes. El interés de la dirección por la productividad y los beneficios a menudo ponía en peligro las necesidades de los mineros de un salario digno y seguridad laboral. Algunos mineros tomaban represalias robando el mineral de sus jefes, ya que, según la antigua máxima de los mineros, "el oro es de quien lo encuentra".

En la superficie vivían en comunidades como Cripple Creek, Goldfield, Bisbee y Leadville, comunidades que eran occidentales y a la vez urbanas. Allí se enfrentaban a los rigores de un clima agreste, a las escaseces de la frontera y a viviendas destartaladas. Pero aliviaban sus penurias con sus propias formas de entretenimiento: concursos de perforación de rocas que eran para los mineros lo que los rodeos eran para los vaqueros; bromas pesadas como shivarees, cacerías de agachadizas y reuniones sociales, picnics y celebraciones especiales.

Basándose ampliamente en fuentes contemporáneas, Ronald C. Brown ofrece el primer estudio exhaustivo de la vida cotidiana y el trabajo de los mineros de Wyoming, Nuevo México, Arizona, Utah, Colorado y Nevada entre 1860 y 1920. El autor documenta minuciosamente su argumento de que, aunque al principio hizo más peligrosa la minería, la industrialización en curso benefició a los mineros al abrirles más puestos de trabajo y, a largo plazo, al eliminar los peligros preindustriales.