Los hijos de la tierra que fue

Título original:

The Children of the Earth that Was

Contenido del libro:

En un futuro no muy lejano, la Tierra ha sido colonizada por los míticos minotauros, una raza alienígena. Con su tecnología superior, han conquistado la Tierra y a los humanos, a los que consideran animales inferiores. Creando vastas redes de granjas, los alienígenas crían a los humanos como alimento.

Zee es una joven que vive en un corral como una de las vaquillas. Su único propósito en la vida es dar a luz a niños que son criados y masacrados como alimento. Sin embargo, el día en que debe ser inseminada, hiere al bullaman (el hombre que, a todos los efectos, viola para fecundar a las vaquillas) y es sacada del corral para ser asesinada. Sin embargo, uno de los hijos del minotauro Supervisor toma a Zee como mascota. En su casa, Zee aprende su idioma. Al cabo de cinco años, escapa para vivir con los humanos libres que sobreviven en colonias bajo tierra.

Esta obra es una novela poscolonial que aborda temas como: la identidad, la dislocación, la opresión, la dominación y la colonización. Hay otros temas relacionados con el feminismo. Además, el significado alegórico no tan sutil de la obra, es una mirada a nuestra capacidad muy real de comer carne de animales que son sintientes.

(Extracto)

Nunca había visto un cadáver. Su piel enjuta parecía curtida y estirada sobre los huesos. Tenía los ojos oscuros, con ojeras negras.

Al principio, las otras mujeres se pararon a mirar a la muerta, en parte porque ninguna de nosotras se parecía a ella. Yo no me parecía. Mi piel era de un bonito color rosado y debajo había carne y músculos. Cuando me pellizqué la piel del dorso de la mano, rebotó en su sitio al instante.

"Atrás", ordenó una voz de mujer. Deborah, nuestra líder, nuestra maestra. Era mayor que nosotros, como todos nuestros profesores. Pero su tono era siempre tan severo. Las mujeres de nuestro corral susurraban que los profesores no debían ser tan desagradables y que Deborah era la excepción, no la regla. Tenía el pelo ralo y suelto, y no sabía cuántos años tenía; no me importaba. Aunque no era tan vieja como para que la hubieran mandado a pastar, por así decirlo. La escuchaba cuando tenía que hacerlo.