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Lola está de pie junto a García mientras él se encarga de la parrilla en su escarpado patio trasero. La barbacoa acaba de empezar y las mujeres se agrupan para cotillear, mientras los hombres sostienen cervezas sudorosas. Lola prefiere la periferia.
El negocio ha ido bien últimamente en su pequeño rincón del centro-sur de Los Ángeles, donde un hombre honrado tiene dos opciones: trabajar de paisajista en negro por dinero blanco del West Side o sudar durante turnos de doce horas en una fábrica de Vernon. García no se gana la vida de ninguna de las dos maneras, y Lola es una mujer. Si fuera como las demás mujeres de su barbacoa, pasaría su jornada laboral sentada en un taburete acolchado detrás de la caja registradora de una tienda de dólar. Pero Lola no es como las demás mujeres de Huntington Park.
De repente: un golpe seco en la puerta principal, probablemente un policía. Lola va a abrir. El hombre que está allí es mexicano, no mexicano-americano, como todos los demás. Lola busca en su cara una gota de sudor, pero no encuentra nada. No le conoce, pero sabe su nombre. Todos en este barrio lo conocen. Le llaman El Coleccionista, y él no les da largas.
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Última modificación: 2024.11.14 07:32 (GMT)