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Grey Wolf - Mustafa Kemal
Trescientos años después de la grandeza de Sulyman el Magnífico, el Imperio Otomano estaba en bancarrota, decrépito y podrido. Convencidas de que debía desmoronarse, las potencias cristianas se apresuraron a apoderarse de él y anexionárselo allí donde se atrevían.
Rusia se apoderó de Crimea y el Cáucaso, reclamó Constantinopla y la ruta de los Dardanelos hacia el Mediterráneo. Francia se apoderó de Siria y Túnez. Inglaterra ocupó Egipto y Chipre.
La nueva Alemania, en plena expansión, defendió al sultán Abdul Hamid frente al resto de Europa y planeó anexionársela en cuanto los demás rivales hubieran sido derrotados.
Todas las naciones reclamaban derechos especiales y privilegios económicos. Las potencias cristianas, ávidas de comida como buitres, esperaban el final.
Temerosas unas de otras, preparándose para la estupenda catástrofe de la Guerra Mundial, se vigilaban celosamente. Ninguna potencia se atrevía a precipitarse. Y así, el Imperio Otomano, moribundo, siguió viviendo, mientras el sultán rojo, Abdul Hamid, desde su palacio en el Bósforo, jugaba astutamente con las naciones unas contra otras.
En 1877 Rusia decidió poner fin a todo esto, declaró la guerra y avanzó hasta situarse a diez millas de Constantinopla. Encabezada por Disraeli en el Congreso de Berlín, el resto de Europa le devolvió la advertencia: había que mantener la integridad del Imperio Otomano. Cuatro años más tarde nació en la ciudad de Salónica, en la cabecera del mar Egeo, de un turco llamado Alí Riza y de Zubeida, su esposa, un niño al que llamaron Mustafá...
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Última modificación: 2024.11.14 07:32 (GMT)