Les aventures de Rocambole I: L'Hritage mystrieux
Corría el año 1812.
La Grande Armée se retiraba, dejando Moscú y el Kremlin en llamas, y la mitad de sus batallones en las heladas aguas del Beresina.
Nevaba...
A cada lado del horizonte, la tierra era blanca y el cielo gris.
En medio de las inmensas y estériles llanuras yacían los restos de aquellas orgullosas legiones, dirigidas en su día por el nuevo César a la conquista del mundo, que la Europa unida había sido incapaz de derrotar, y que ahora triunfaban sobre el único enemigo capaz de hacer retroceder alguna vez el frío del norte.
Aquí, había un grupo de jinetes, rígidos en sus monturas y luchando con la energía de la desesperación contra el abrazo de un sueño mortal. Allí, unos cuantos soldados de infantería rodeaban a un caballo muerto, que estaban descuartizando apresuradamente y cuyos jirones se disputaban una bandada de cuervos voraces.
Un poco más allá, un hombre se acostaba con la obstinación de la locura, y se dormía con la certeza de no despertar.
De vez en cuando se oía una detonación lejana; era el cañón de los rusos. Entonces los rezagados volvían a ponerse en marcha, dominados por el cálido instinto de conservación.
Tres hombres, tres jinetes, se habían agrupado al borde de un pequeño bosque, alrededor de un montón de maleza a la que habían despojado de su capa de nieve endurecida y prendido fuego.
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Última modificación: 2024.11.14 07:32 (GMT)