La paradoja del genocidio: democracia y tiempo generacional

Título original:

The Genocide Paradox: Democracy and Generational Time

Contenido del libro:

Consideramos que la violencia genocida es peor que otros tipos de violencia, quizá la peor que existe. Pero, ¿qué dice esto sobre lo que valoramos del genos sobre el que se dice que se fundan las naciones? Es una cuestión urgente para las democracias.

Valoramos el modo de estar en el tiempo que nos ancla en el pasado y en el futuro, es decir, entre los que han sido y los que aún podrían ser. Si el genos es un grupo constituido por este tiempo generacional, el demos se inventó como el anti genos, sin criterio de herencia y que sólo se produce según la interrupción del tiempo revolucionario. En la medida en que el demos persiste, lo experimentamos como una especie de genos, por ejemplo, el Estado-nación democrático.

Como resultado, las democracias se encuentran atrapadas en un aprieto, renegando del pensamiento genos mientras aprecian las formas temporales de la vida genos; aborrecen la violencia genocida pero la perpetúan y la disfrazan.

Ésta es la paradoja del genocidio. O'Byrne rastrea el problema a través de nuestro compromiso con las categorías existenciales desde Aristóteles hasta las taxonomías vitales de Linneaus y Darwin, pasando por las antropologías del parentesco que nos atan al mundo social, las carencias de la teoría ética, la historia de la teoría democrática y las tácticas defensivas empleadas por las democracias realmente existentes a la hora de definir el genocidio para la Convención sobre el Genocidio de la ONU.

Sostiene que, aunque todos los modelos de democracia dan cabida a la contestación, no captan su estructura generacional ni reconocen el contenido generacional de nuestras vidas. Cultivan la ignorancia de la contingencia y precariedad de las relaciones que nos crean y sostienen. El peligro es inmenso.

Nos deja sin preparación para enfrentarnos a los déficits de la democracia y a su lucha por albergar múltiples temporalidades. Además, nos deja poco preparados para comprender la relación entre demos y violencia, y la capacidad de los ciudadanos suficientemente buenos para tolerar la destrucción a fuego lento de los pueblos marginados. ¿Qué hace falta para concebir una democracia antigenocida?