La mente no tiene sexo: Las mujeres en los orígenes de la ciencia moderna

Título original:

The Mind Has No Sex?: Women in the Origins of Modern Science

Contenido del libro:

Como parte de su intento de asegurar un lugar para las mujeres en la cultura científica, el cartesiano Fran ois Poullain de la Barre afirmó ya en 1673 que "la mente no tiene sexo". En esta rica y exhaustiva historia de las contribuciones de las mujeres al desarrollo de la ciencia moderna temprana, Londa Schiebinger examina la suerte cambiante de la igualdad masculina y femenina en la esfera del intelecto. Schiebinger contrarresta el modo "grandes mujeres" de la historia y llama la atención sobre desarrollos más amplios de la cultura científica que han quedado oscurecidos por el tiempo y las circunstancias cambiantes. También aclara una cuestión más amplia: cómo el género estructura el conocimiento y el poder.

A menudo se da por sentado que las mujeres quedaron automáticamente excluidas de la participación en la revolución científica de la Europa moderna temprana, pero en realidad poderosas tendencias fomentaron su participación. Las mujeres de la aristocracia participaron en el discurso erudito de la corte renacentista y dominaron los salones informales que proliferaron en el París del siglo XVII. En Alemania, las mujeres de la clase artesana investigaban en campos como la astronomía y la entomología. Éstas y otras mujeres lucharon por renegociar los límites de género en el seno de las recién creadas academias científicas para asegurarse un lugar entre los hombres de ciencia. Pero las promesas de la Ilustración no se cumplieron para las mujeres. Las convulsiones científicas y sociales no sólo dejaron a las mujeres al margen, sino que provocaron lo que la autora denomina la "revolución científica en la visión de la diferencia sexual".

Aunque muchos aspectos de la revolución científica son bien conocidos, lo que no se ha reconocido en general es que la revolución vino también de otra parte: la comprensión científica del sexo biológico y el temperamento sexual (lo que hoy llamamos género). Las ilustraciones de esqueletos femeninos de la mujer ideal -con cráneos pequeños y pelvis grandes- presentaban la naturaleza femenina como una virtud en el ámbito privado del hogar, pero como una desventaja en el mundo de la ciencia. Al mismo tiempo, las mujeres de los siglos XVII y XVIII fueron testigos de la erosión de sus propias esferas de influencia. La partería y la cocina médica fueron gradualmente subsumidas en las nuevas ciencias médicas profesionalizadas. Scientia, la antigua personificación femenina de la ciencia, perdió terreno frente a la nueva imagen del investigador masculino, eficiente y solitario, una evolución que reflejaba un cambio intelectual más profundo. A finales del siglo XVIII había surgido un sistema que se reforzaba a sí mismo y que hacía invisibles las desigualdades que sufrían las mujeres. Al reexaminar los orígenes de la ciencia moderna, Schiebinger desentierra una herencia olvidada de mujeres científicas y sondea las fuerzas culturales e históricas que siguen determinando el curso de la erudición y el conocimiento científicos.