La historia de Ketch Ketchum

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Título original:

The Ketch Ketchum Story

Contenido del libro:

Parecían invencibles. Aviones de combate que se convirtieron, en pocos meses, en el azote del Pacífico.

Era el 4 de junio de 1942 cuando el portaaviones japonés Ryujo, situado frente a la costa sur de la cadena Aleutiana de Alaska, lanzó tres cazas A6M Zero en un ataque contra el Dutch Harbor de Alaska. Uno de los Zero, pilotado por el oficial de vuelo Koga, fue alcanzado por el fuego de los proyectiles y, con su motor dañado babeando aceite y a punto de averiarse, Koga se dirigió a la remota isla de Akutan. Al aterrizar en Akutan, su tren de aterrizaje se clavó en la ciénaga y quedó destrozado al instante.

La Zero volcó sobre su espalda y Koga murió en el aterrizaje.

Un mes después, la Zero fue avistada por un hidroavión PBY de la Marina. Una tripulación de Dutch llegó a la isla, enterró el cuerpo de Koga en una elevación poco profunda y recuperó la Zero.

Fue transportada en un carguero rápido a la base naval de North Island, cerca de San Diego. La existencia de la Zero en manos de EE.UU. era altamente clasificada pero el rumor (scuttlebutt) se extendió por los talleres de reparación.

Los especialistas en aviones de la Marina lo reconstruyeron en poco tiempo y lo devolvieron al estado de vuelo. Pronto sus secretos fueron sacados a relucir a través de vigorosas pruebas de vuelo contra varios tipos de cazas estadounidenses. Mucho antes de involucrarme indirectamente en la historia del Zero, crecí en una granja de Idaho durante los tiempos sombríos de la Gran Depresión.

Con el tiempo, los estómagos hambrientos nos llevaron al sur de California. Un domingo conduje hasta el pequeño aeropuerto de Glendale, donde pagué 5 dólares por una breve (muy breve) clase de vuelo.

Con esa experiencia en mi haber, prometí convertirme de algún modo en piloto del Cuerpo Aéreo del Ejército. Después del instituto, trabajé en la Marina de los EE.UU. en North Island como aprendiz civil de mecánico de aviones.

Durante una pausa para comer, varios jóvenes mecánicos estábamos sentados al sol comiendo bocadillos.

Hablábamos de aviones mientras veíamos aterrizar a los entrenadores SNJ. Con la guerra en marcha, barajábamos la posibilidad de convertirnos en pilotos militares. Para empezar, necesitabas dos años de créditos universitarios, no podías estar casado y medir como mínimo 1,70 metros.

Hice una apuesta arriesgada, aprobé los exámenes de cadete piloto del Cuerpo Aéreo y juré el cargo en el Ejército. Seis meses más tarde, había superado todos los obstáculos del campo de entrenamiento excepto el más importante: mi estatura. Aquella última mañana, todos mis compañeros de piernas largas pasaron sin problemas el examen físico final del cirujano de vuelo.

Ahora me tocaba a mí. El nombre del cirujano debía ser "Houdini". Cuando salí, me había transformado mágicamente en un gigante de metro setenta y cinco, y tenía sus papeles para demostrarlo.

Pero ganar esas alas de plata requirió determinación y un montón de suerte. Un momento. ¿No creamos nuestra propia suerte? Si no, todavía estaría pelando patatas GI.