La fuente de absenta

Título original:

The Absinthe Fountain

Contenido del libro:

"Aprende siempre, no te rindas nunca. Ese era el lema del Club Bal Cypress; la prestigiosa sociedad literaria que se reunía el primero de cada mes en la Torre de la Biblioteca de Brander.

Estas palabras grabadas en la ventana de cristal biselado sobre sus altas puertas saludaban a los visitantes a su llegada. La Torre de la Biblioteca era un nudo de peltre gris coronado por una cúpula de cristal verde. Era el punto más alto de Brander, visible desde cualquier parte, y se alzaba como una enjuta aguja en torno a la cual giraba la lúgubre ciudad.

Un joven con un abrigo negro avanzaba por las calles cubiertas de niebla hacia el débil resplandor de las farolas lejanas que parpadeaban entre tejados bajos y puntiagudos y chimeneas negras semiocultas entre nubes de hollín.

Había salido tarde de su buhardilla del 14-B de Yarwick Square, cerca de los diques secos del Wormwood Quarter, el barrio obrero. Se había quedado demasiado tiempo en Hob's Inn, una taberna de la esquina, revolcándose con su cuarto o quinto vaso de absenta.

Su delirio apaciguaba sus nervios y estabilizaba su mano mientras sorbía su néctar verde junto a obreros, locos, lisiados y otras almas condenadas, y sus miedos se disolvían como tantos terrones de azúcar quemados y derretidos en agua helada, removidos hasta el olvido con una espumadera. La esencia de la "diosa verde", su agridulce gracia onírica destilada de botánicos mortales, le esperaba como una seductora amante en un vaso de esmeralda. Pasaba la mayoría de las noches con la mirada gacha perdida entre alucinaciones floridas en un charco turbio de chartreuse.

Este espíritu fértil, musa embotellada y decadencia moral, estaba prohibido en otros lugares de la ciudad. Se decía que las veleidosas visiones de la absenta no sólo conducían a la creación de cuadros, poemas y ópera -vicios en sí mismos-, sino también a desmayos, ataques de tos, insomnio, mortinatos y desvaríos asesinos. Cruzó Mercantile Lane sobre adoquines embarrados.

A lo largo de las torcidas callejuelas conocidas como «Blood Bowl» por su sofocante hedor a carne cruda, cabezas de cerdo colgaban de ganchos en un puesto de carnicería, gansos desplumados colgaban de cuerdas, vejigas de oveja, intestinos de vaca y varios restos de vísceras manchaban muchas tablas de cortar de madera».