Título original:
In Search of the Lost World: The Modernist Quest for the Thing, Matter, and Body
Contenido del libro:
Desde una perspectiva histórica, el libro estudia cómo los artistas modernistas, como primera generación que comenzó a replantearse intensamente el legado del Idealismo alemán, trataron de recrear el yo para recrear sus relaciones con el mundo material. Teóricamente, el libro dialoga con los intereses desantropocéntricos de actualidad en el siglo XXI y propone que el artista puede escapar del humanocentrismo mediante la transformación del yo.
La primera parte, «Artificialidad», inicia el debate con el culto finisecular a la artificialidad, en el que artistas como Theophile Gautier, Charles Baudelaire, J. K. Huysmans y Gustave Moreau se dedican a amar esfinges pétreas, estatuas de mármol y apariencias inorgánicas.
El culto a la artificialidad es una traviesa subversión de la máxima de Hegel según la cual la interioridad es superior a la materia. En el culto a la artificialidad, el arte es superior a la naturaleza, aunque el arte ya no se define como imaginación inmaterial, sino que se reconfigura como misteriosas apariencias que desafían la significación y subyugan al corazón sensible.
La segunda parte, «Ficción autofilosófica», analiza el género en el que los artistas (Marcel Proust, Walter Pater y Virginia Woolf) sitúan las ideas filosóficas en el laboratorio de sus vidas y traducen así sus ideales estéticos -la forma en que desean relacionarse con el mundo- en un viaje de autoexamen y autocultivo. En la novela de Pater «Marius el epicúreo», el héroe explora cómo una percepción filosófica puede traducirse en sentimientos y acciones, demostrando que la literatura es un acercamiento único a la verdad, ya que convierte la teoría en una experiencia transformadora.
Explorando los últimos descubrimientos de la psicología empirista, los artistas tratan de escapar de la trampa kantiana cultivando sus poderes de recepción y de registrar pensamientos y sensaciones pasajeros. En conjunto, el libro sostiene que el desantropocentrismo no puede basarse en una metafísica que presuma la subjetividad universal, sino que debe ser una forma de investigación estética que recree el yo para recrear nuestras relaciones con el mundo.
