Elegir ver la mano de Dios

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Título original:

Choosing to See the Hand of God

Contenido del libro:

El 25 de mayo de 2019 fue el primer día de mi nueva vida sin mi marido. Había estado casada con Nathaniel más tiempo del que había estado soltera. Nos casamos cuando yo tenía 19 años y estábamos deseando celebrar nuestro 27 aniversario ese próximo mes de julio. Sin embargo, a Nathaniel le diagnosticaron un tumor cerebral el 5 de abril de 2019 y estaba programada una cirugía para el 9 de mayo. Parecía que todo había sucedido demasiado rápido: Desafortunadamente, la cirugía no salió como habíamos esperado y rezado, o según el "mejor escenario posible" del cirujano.

Las dos semanas entre la fecha de la operación y el día en que Nathaniel se fue con el Señor fueron los días más emocionalmente agotadores de nuestras vidas. Afortunadamente, nuestros hijos adultos, Joyce, Theo y Kristine, se aseguraron de que nunca estuviera sola en el hospital o en el hotel. Joyce, nuestra hija mayor, se ocupaba de las llamadas telefónicas y de cualquier otro asunto necesario. Nuestras iglesias, amigos y familias nos animaron con sus oraciones y proporcionándonos tentempiés y dinero.

La petición específica de Nathaniel era no recibir visitas externas mientras estuviera en el hospital: aunque fue extremadamente difícil, cumplimos. En cambio, varios amigos vinieron al hospital para sentarse conmigo en la sala de espera. Los mensajes de texto eran un recordatorio tangible de lo envueltos que estábamos en amor y oraciones. Fueron nuestra fuerza y fortaleza en un momento de incertidumbre tan traumático.

En los días inmediatamente posteriores a la muerte de Nathaniel, recibimos mucho amor en forma de visitas, oraciones, comida, aperitivos y ayuda económica. Hay que reconocer que yo andaba con el piloto automático, todavía en estado de shock. Hubo tanta gente especial que nos visitó con oraciones, abrazos y preocupaciones. Demasiadas para nombrarlas. Me alegro por la mayoría de las visitas, pero algunas personas no han aprendido el arte de simplemente estar con otra persona en su dolor.

No tener que decir siempre algo para llenar el silencio, no decir tópicos sobre cómo el ser querido está ahora en un lugar mejor, y no opinar sobre cómo debería sentirse, actuar o responder el doliente.