El fin de la civilidad: Cristo y la división profética

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Título original:

The End of Civility: Christ and Prophetic Division

Contenido del libro:

"No he venido a traer la paz, sino una espada". Estas palabras de Cristo resuenan en nuestros tiempos actuales. En los últimos años, un número creciente de comentaristas ha denunciado la falta de civismo en el discurso público. Considerada aisladamente, esta preocupación es bastante inocente, pero ningún llamamiento al civismo se produce en el vacío, y hay buenas razones para desconfiar del civismo en nuestro contexto político actual. Los llamamientos al civismo pueden fomentar la pasividad y embotar la acción profética contra la injusticia; además, bajo el disfraz del civismo pueden aplicarse políticas verdaderamente atroces. Y, sin embargo, el civismo no debe descartarse de plano, especialmente tal y como lo presentan sus defensores más matizados, cuando se presenta como un bien limitado en una sociedad pluralista.

En The End of Civility, Ryan Andrew Newson analiza el desarrollo del concepto de "civismo" tal como lo conocemos en el discurso moderno y nombra algunos de los criterios que los cristianos pueden utilizar para juzgar entre los llamamientos sanos y tóxicos al civismo. El reto, sostiene Newson, es discernir cuándo se pide civismo y cuándo su búsqueda se convierte en viciosa. Los llamamientos al civismo no pueden evaluarse sin tener en cuenta el contexto en el que se hacen. Algunos llamamientos al civismo sólo pretenden reducir el conflicto, aunque sea necesario en la lucha por un mundo más justo. Pero cuando los hacen personas que luchan por la justicia en los márgenes de la sociedad, los llamamientos al civismo pueden nombrar los tipos de conflicto que podrían conducir a la liberación.

Hay que estar atentos a lo que se considera "civil" en primer lugar y a quién le corresponde tomar esa decisión. ¿Qué instancias se consideran civiles y "ordenadas", y qué personas están bajo sospecha de ser "inciviles" antes de pronunciar una sola palabra? Para los cristianos, el civismo nunca puede ser un bien supremo, sino que está subordinado a la llamada a seguir a Cristo, en particular, al Cristo que no siempre es "civil", sino que llama a las personas a una ética de resistencia a la injusticia y solidaridad con las personas que sufren.