Cuando lloran los antepasados: curar el alma de los traumas intergeneracionales

Título original:

When Ancestors Weep: Healing the Soul from Intergenerational Trauma

Contenido del libro:

Todos somos almas hermosas hechas a imagen de Dios, llenas de valor, dignidad y valía inherentes. Sin embargo, puede que nos cueste aceptar esta verdad porque a menudo nuestra atención se desvía para centrarse únicamente en las apariencias y los comportamientos externos.

En otras palabras, todos vivimos con cierto grado de ignorancia de nuestra conciencia del alma. Puede que tengamos vislumbres de ella, pero nunca alcanzamos su plenitud porque los problemas físicos, emocionales y psicológicos nublan nuestra visión de lo que realmente somos. Por ejemplo, las enfermedades y dolencias nos afligen en el cuerpo.

A veces sentimos dolor físico y emocional con tanta intensidad que creemos que nos va a partir en dos.

A veces, nuestros pulmones luchan por respirar, o el hambre y las enfermedades hacen que nuestro estómago, intestinos, huesos, músculos y sangre griten de agonía. Estas experiencias pueden hacernos cuestionar si somos o no el alma que Dios ha creado.

Sin embargo, esta ilusión no radica en el sufrimiento, el dolor y la agonía que experimentamos, sino en la percepción de que no hay nada más en nosotros que un cuerpo emocional, intelectual y físico. De hecho, el dolor y el sufrimiento físico y emocional pueden ahogar temporalmente el grito de nuestra alma, pero nuestra alma nunca se silencia. Es más, la verdad es que la mayor fuerza de lo que somos como almas reside en nuestra capacidad de transformar y trascender las limitaciones físicas, emocionales y psicológicas.

El mayor efecto que tiene en nosotros escuchar los gritos de nuestros antepasados no sólo proviene de ponernos en contacto con la voz de nuestra propia alma, sino que también nos despierta para escuchar los gritos de los que hoy no tienen voz. Siempre ha existido en la sociedad un patrón de privación de derechos de los débiles y los heridos, personas que han sido etiquetadas como inamables, intocables y, por lo tanto, inalcanzables. Para algunos, la privación de derechos se debía a su enfermedad.

Para otros, se debía a su pobreza. Para otros, se debía a su género, raza, religión, política o clase social.

Muchos en la sociedad preferían que esas personas no fueran vistas, y mucho menos oídas. Sin embargo, al igual que los gritos de nuestros antepasados y de quienes han sido víctimas de crímenes contra la humanidad nunca pueden silenciarse, los gritos de los marginados también se escuchan por encima del estruendo de la vida cotidiana. Sus gritos no sólo se oyen en lo más profundo del alma, sino que su dolor también recibe voz a través de quienes hablan en su nombre.