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Para Kelsey Andrews, el horizonte metálico de Vancouver es un emblema de la distancia que la separa de su hogar familiar en Grande Prairie, Alberta, donde nada rompe el cielo salvo la curva de la Tierra. A medida que se adapta de un campo sediento y lleno de pequeñas maravillas a un exuberante paisaje urbano con menos milagros, la depresión anida en su interior, lastrada por la soledad y los secretos del pasado que permanecen indecibles.
Estos poemas alivian el peso de esas cargas. Se hace amiga de la depresión, en lugar de vencerla, con la ayuda de un mundo natural poblado por seres alados, animales, árboles, agua y cielo.
Sus poemas juegan con el capricho terrenal, aunque no están exentos de mala leche y pequeñas violencias: los antiguos moratones de la luna, las gárgolas que chillan y gimen, el ruido sordo cuando se parte un pollo. Desde los caracoles hasta el suicidio, pasando por la recogida de moras y la matanza de moscas, Kelsey encuentra en todo ello la belleza y la luz que persiste.
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Última modificación: 2024.11.14 07:32 (GMT)